Transitamos el camino de la vida contando segundos que se hacen minutos para convertirse en horas, y con el paso del tiempo se vuelven días y así semanas y semanas van pasando hasta cumplir meses que decantan en años y a su vez, estos, largos y aburridos, envejecen, se convierten en décadas, y las décadas en siglos si por el tiempo, eterno por definición, fuera. Pero a todos nos llega. Se cumple el tiempo reglamentario y ya no decidimos cuánto más vamos a jugar, acá, en la Tierra. Yo ya sé que a los 90 no llego ni ahí, no quiero jugar todo el partido teniendo que arrastrarme por la cancha. Por lo general uno no llega a los 90. Hay gente que lucha mano a mano con la muerte y, no sé cómo, pero esta siempre termina ganando.
Pero acá apareció un pibe humilde con apellido común, que se animó a romper los paradigmas. Este pibe se llama Maxi, Maxi Rodriguez. Es uno de los primeros, al menos que yo conozca, que dejó de lado un combate tan desgastante como inútil para dar pelea de verdad. Decidió desafiar a la vida como quien asume que el tiempo es poco y se acaba, pero no importa que se acabe, porque no hace falta más que un segundo para decir te amo, en un instante se afianza una amistad y se parte un corazón, con qué poco tiempo podemos lograr cosas tan grandes. Se sorprenderían. Ese pibe nos demostró que no importa que quede poco, siempre hay algo más para dar. Que se puede llegar a los 90 entero. Y que la cosa no termina hasta que se termina. Ese chico que se convirtió en pibe que se transformó en adulto y luego en veterano, se midió con la vida y le hizo partido cuando ella se le puso en frente, entendió que jugar contra la vida es jugar contra uno mismo y que de esa manera uno siempre gana. Así le ganó a la muerte, que no jugó a nada. Llegó a los 90 con una sonrisa en su rostro, sin pensar en la muerte, en el final, sin pensar en la escacez del tiempo, en que el partido se termina. Sin perder la calma al darse cuenta que los segundos pasan, y son pocos segundos los que se necesitan para que el árbitro mueva el brazo con el que sostiene el silbato para llevarlo a la boca y así dar fin a una historia, que no significa nada si durante la vida, si durante el juego, si durante el camino dejaste una huella diferente por jugarle partido a la vida misma. Nadie recordará aquel rival al que no diste lugar. Por el contrario siempre recordaré que a los 40 años seguías haciendo goles, que alcanzaste los 90 jugando junto a tu primo que daba sus primeros pasos cuando vos dabas los tuyos en primera división, que no le temiste a los años, que son meses, que a su vez son semanas, conformadas por días divididos en horas y estas en minutos, y que basta solo 1 minuto (o menos) para hacer otro gol, y que no importa si vamos por el minuto 1 o 93, hay que deja todo, el partido con la vida es el único que vale, no hay otro partido, el fin es el fin y cuando llegamos a él ya no jugamos más, y solo queda eso que hiciste. Ojalá que en estos años, o meses, o semanas, o días, u horas, o minutos, o segundos que quedan, logres marcar tantos goles como sueños has cumplido allá por 2013. Serás recordado para siempre, serás inmortalizado como aquel que le ganó a la vida y al tiempo ( y a los tiempos que corren, diferentes a otros tiempos donde se rompían marcas diariamente). Y a Boca por penales. Gracias.